Hubo un día que me bajo mucho la presión por culpa de unas pastillas del demonio, pasé toda la mañana en una clínica, ensuerada. Y mientras el drama por no poderme levantar de la cama crecía, mi mamá llegó, después de haber ido a desayunar algo rápido para poder quedarse conmigo el resto de la mañana, junto con una pequeña placa color naranja en donde lo único que decía es: Chile. Mi mamá la había encontrado tirada afuera de la clínica en la que estaba yo metida.
Fue lo que más alegró la mañana, era como una señal que decía que no podía desistir, que no podía dejar que un pequeño tropezón de salud en el camino me impidiera irme.
La plaquita desde entonces tomó un lugar importante en mi restirador, recordándome cada día lo que simboliza.
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