Rubén Darío

Un intelectual no encontrará en la tarea periodística sino una gimnasia que lo robustece. Rubén Darío
No soy intelectual ni periodista, pero sí creo que el ejercicio de redactar las ideas y ponerle palabras a los sentimientos ayuda a aclarar el pensamiento.
An intellectual will not find in the journalistic work but a gymnastic that strengthens. Ruben Dario
I am not an intellectual nor journalist, but I do believe the work of write down ideas and putting words to the feelings helps to clarify the thoughts.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Diarios de un viaje - La Paz


Ciudad caótica. El trayecto para llegar fue casi tan cansado y agobiante como el de Uyuni, la carretera faltante hacía que el autobús se balanceara y saltara con cada imperfección del camino, además del frío que hacía. Viajamos de noche, habrán sido unas 11 horas de trayecto. En algún momento hicimos una parada para bajar al baño y ‘cenar’ algo. Nosotras por suerte habíamos comprado galletas y fruta para apaciguar el hambre, pero la entrada al baño sí fue un suplicio, tan sucio, realmente tan asquerosito.
En La Paz no pasé más de 6 horas, además se me acabó la pila de la cámara, así que no tengo registro fotográfico de mi estancia allá. Pero en realidad no es que hubiera muchas cosas por ver.
La Paz es caótica, tan caótica como puede ser una ciudad construida entre montañas y con bajo presupuesto, tanto como puede ser el tránsito por calles que son estrechas y que pueden ir subiendo y bajando cada cuadra.
Todos los museos por los que pasamos estaban cerrados, y la entrada a algunas iglesias nos la cobraban, así que decidimos mejor no entrar y ahorrarnos ese dinero.
Estábamos cansadas, ansiando un lugar donde dormir, y casi lo hicimos cuando entramos a la catedral, así que salimos a caminar para distraernos.
Un mercado caótico y enredado después de un puente que me recordó alguna rampa que alguna vez habíamos propuesto en algún proyecto ¿porqué los arquitectos no nos advirtieron lo fea que era? ¡Terrible idea! Me dije.
Nos quedamos un rato sentadas en una plaza viendo a la gente pasar, preguntándome porqué cobraban para entrar a las iglesias ¿será que realmente buscan exprimirles el dinero a los turistas a como dé lugar?
Luego fuimos a comer, unos pollos al estilo Kentucky, pero que no eran Kentucky resultó ser la opción más apetecible, higiénica y barata que encontramos, acompañado de unas papas a la francesa y una salsa que me recordó el sabor a casa y que me acabé.
Regresaría a La Paz sólo con la intención de entrar a los lugares a los que me quedé con ganas de entrar, aunque en realidad la considero lo suficientemente caótica como para recordarme el estrés y la locura del Distrito Federal, y de eso ya tengo bastante, así que no hace falta ir a otro lugar para vivir eso. Partimos de La Paz rumbo a Copacabana.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Diarios de un viaje - Valle de la Luna, Géiseres del Tatio, Laguna Cejar y Pukara de Quitor

Por el simple hecho de encontrarse cerca de San Pedro de Atacama se entiende ya que todos esos lugares tenían una vibra muy distinta a cualquier otro lugar en el mundo, de verdad.

Resulta un tanto extraño cómo un paisaje tan desértico y tan árido hubiera creado una impresión tan positiva a la vista, estoy segura que es por la energía que ahí se respira, que se siente, por el lugar tan distinto a cualquier otra cosa antes vista, y estoy segura que un atardecer en el Valle de la Luna es una de las veintiún mil millones de cosas que una persona debe de hacer antes de morir.
Los géiseres resultaron increíbles, a pesar de los problemas de presión a los que nos enfrentamos, pero no era para menos al encontrarnos a -14°C y a 4,300m sobre el nivel del mar. Y el paisaje tan contrastante, nieve cerca de chorros de agua hirviendo, ojalá mi cuerpo hubiera resistido un poco más, pero supongo que todos tenemos nuestro límites.
En Laguna Cejar el agua estaba helada, pero la sensación de estar flotando fue increíble, no hacía falta hacer mucho esfuerzo para notarlo, el agua empujaba los pies hacia arriba, y no importaban los 50m de profundidad que tenía la laguna, porque de cualquier forma se podía flotar.
En Pukara de Quitor había una zona arqueológica, pero no entré porque la entrada estaba cara, pero me contenté con mirar las rocas alrededor con tonalidades tan distintas y sentirme un poco perdida a mitad del desierto. Me senté a platicar no sólo conmigo misma, de quien tal vez ya estaba un poco cansada, sino a platicar con las piedras, con la arena, con el sol y el aire. Ahí había dos cabezas de indios talladas en las piedras, me encantaron, parecían estar ahí desde hace mucho tiempo, como si una persona realmente hubiera podido fundirse con la montaña de rocas y arenas y quedarse vigilante para siempre de ese lugar.
Jamás me cansaré de decir lo magnífico que me resultó San Pedro de Atacama, con todos los lugares que hay por recorrer, a pesar de que todo está tan lleno de arena y piedras y nada.
Hay muchos otros recorridos que hacer por allá, incluyendo el de las Lagunas altiplánica al que, después de haberme puesto mal en los Géiseres del Tatio, ya no quise ir, así que estoy segura que algún día regresaré y me quedaré contenta con haber visitado cada rincón de aquél lugar que se quedó con una gran parte de mi corazón y admiración.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Diarios de un viaje - Torre de Babel


En nuestro tour por el salar ocurrió un evento muy curioso, y muy bonito, que no puedo dejar de mencionar y describir con tanto detalle como pueda recordar, son de esas cosas mágicas que pasan en la vida y que uno no puede permitirse olvidar.
Para contar bien la historia me remonto al tiempo que pasamos en San Pedro de Atacama, donde llegó al hostal donde nos encontrábamos hospedadas un japonés que apenas y hablaba español, y su inglés tenía ese acento japonés que hace que sea un poco complicado entenderle, a pesar de eso, pasamos unas cuantas horas platicando en el cuarto que compartíamos (el cuarto del hostal era para 5 personas). Kohei (nombre del japonés) se encontraba de viaje por el mundo, y tenía planeada la misma ruta que nosotras para llegar a Machu Picchu, sólo que él tenía mucho más tiempo, así que haría más paradas a lo largo del viaje.
Cuando dejamos San Pedro de Atacama y partimos a Uyuni nos lo encontramos de nuevo, y en Uyuni tomamos el mismo tour por el salar. Kohei era un japonés muy agradable, y aunque yo era la única con la que realmente podía entablar una conversación, hicimos un tour muy agradable donde, como en la mayoría de los tours, todo mundo termina siendo amigo de todos.
En el tour del salar, hicimos una parada para comer, y mientras nos preparaban la comida en un pequeño pueblito perdido a mitad del salar, nosotros dábamos un paseo y nos divertíamos persiguiendo y tomándole fotos a una llama.
En eso estábamos cuando se acercó una niña, no tendría más de 7 años, y le causó tal impresión ver a Kohei que terminó acercándosele, él comenzó a jugar con ella, tomándole fotos y luego enseñándoselas. Después de un rato la niña lo tomaba de la mano y lo llevaba de un lado a otro en el pueblito donde estábamos.
Kohei no hablaba español, la niña mucho menos iba a entender inglés, sin embargo ahí estaban los dos, entendiéndose a sonrisas y señas, en risas y bromas. ¿Qué importa el idioma y las diferencias culturales cuando una sonrisa lo dice todo? ¿Qué importa la nacionalidad si la inocencia de un niño es universal? ¿Qué importan las diferencias económicas que puedan existir cuando en un juego las reglas son las mismas para todos?
Yo no podía quitarles la mirada a aquellos dos pequeños amigos, incapaces de conocer datos concretos uno del otro, sin saber sus nombres ni su edad, pero eran amigos, felices, inseparables por esos momentos, que bien pudieron haber durado sólo unos minutos, pero en la memoria se quedan para siempre.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Diarios de un viaje: Uyuni


Pueblo perdido. Pasar la frontera es cambiar de mundo, la diferencia de paisaje, de personas, de vegetación es muy notoria. El trayecto de San Pedro de Atacama fue una tortura. Comenzando por las muchas ganas de ir al baño que tenía y que tuve que aguantar por alrededor de 2 horas, el tiempo que tardamos en llegar a la frontera; el autobús donde viajábamos básicamente iba desbaratándose y lleno de tierra, hacía muchísimo frío y no había carretera, al menos no pavimentada, así que el trayecto estuvo lleno de brincos, baches, tierra y piedras.
Llegar a Uyuni fue ver un mundo muy diferente, Bolivia es un país pobre, y eso se nota en cada calle. Todo es muy barato, desde el transporte, la comida, los hostales; pero muchas comodidades se ven sacrificadas.
Pasé poco tiempo en Uyuni, solamente dos días, y uno de ellos fue a medias, porque la mitad del día lo pasé visitando el salar y por la noche partí para La Paz, así que vi poco, pero no creo que el resto de Uyuni que no vi haya sido muy distinto del que sí alcancé a conocer.
Eso sí, el salar es impresionante, tan increíblemente blanco, tan extenso, y a pesar de que para donde quiera que se voltea el paisaje es el mismo: una enorme capa blanca de sal debajo del cielo azul, reflejando con increíble intensidad el brillo del sol; no dejaba de asombrarme por lo que estaba viendo, y seguramente podría perderme por horas viéndolo.Desde los montones de sal, los cristales, los tabiques de sal con los que las personas de allá construyen sus casas, las bolsas de sal empaquetadas a mano, las artesanías de sal, la isla de los cactus, el hotel de sal, todo resulta impresionante y uno de los lugares que estoy segura que toda persona en el mundo debe de visitar. Además de lo divertido que resulta tomarse fotos jugando con la perspectiva, porque como todo alrededor es blanco, es difícil que en una foto se note la distancia a la que se encuentra una persona.
En Uyuni, al igual que en Calama, no hay una terminal de autobuses, sino que cada línea tiene su propio punto de partida, porque ni terminales hay, sólo se estacionan por un momento para que la gente baje o suba. Por suerte llevábamos ya la experiencia de Calama, y caminar preguntando precio de autobús que nos llevara a la Paz resultó un tanto más agradable que en Calama, en parte porque, ninguna otra ciudad puede llegar a ser tan aburrida como Calama. Después de haber cometido el error de viajar por mucho tiempo en un autobús sin baño, lo primero que preguntaba yo era si los camiones lo tenían, eso implicaba un aumento en el costo, pero evitarse de tortura de andar aguantando las ganas de mear, lo valía.
A Uyuni regresaría a visitar el salar, el pueblo me dejó sólo el recuerdo de la comida, el hostal y las artesanías baratas, tal vez lo estoy juzgando demasiado, pero podría darle otra oportunidad en una visita futura.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Diarios de un viaje: San Pedro de Atacama

Pueblo increíblemente mágico. Desde que uno se va acercando aparece la magia, después de tanto tiempo de ver alrededor sólo arena y unas cuantas rocas aparecen los árboles y las pequeñas casas, en su gran mayoría de adobe con puertas y ventanas salidas de algún cuento o de una historia de aventuras.
El cielo de San Pedro es el cielo más maravilloso que jamás he visto, pareciera que por el simple hecho de encontrarse en un lugar tan lleno de energía el cielo adquiriera un color más puro, más contrastante, más azul que ningún otro. No importaba la hora, el cielo siempre
fue lo que hacía que cada paisaje tomara mayor sentido, siempre fue el mejor telón,
y muchas veces el actor principal en cada escenario.
Además la sensación de encontrarse lejano a todo el estrés, a la locura, a la malicia del mundo. San Pedro no sólo es un oasis en el desierto, también es un oasis en el mundo, contrastando con la gente indiferente a lo que le sucede a su vecino, con las fronteras que marcan la diferencia de nacionalidades y te impiden comunicarte y compartir. En San Pedro todo eso desaparece, toda la gente del pueblo es amable y unida, sin importar la procedencia. Los distintos idiomas se funden para convertirse sólo en alegría. Jamás me había sentido tan en casa entre tanta gente que apenas conocía, sin embargo era posible sentarse en una mesa en el centro del hostal y compartir las aventuras vividas.
En algún momento me di cuenta de que era la única mexicana entre la gente con la que había estado platicando, y no me importó. Toda la gente resultaba tan agradable a pesar de ser de distintos lugares.
Rara vez había un coche por las calles, las bicicletas en cambio abundaban. Las puertas de cada casa siempre estaban abiertas, sin temor, sin necesidad de preocuparse por llaves o cerraduras.La arena de colores tan distintos y las montañas en la lejanía enmarcaban cada vista, los atardeceres se llenaban de colores tan distintos pasando de los rojos y los naranjas a los morados y azules, en un espectáculo que jamás había visto y que nunca olvidaré.
A pesar del desconcierto con el que llegamos en un primer momento a San Pedro, podría regresar una y mil veces más, sólo a sentarme a ver pasar el día, a sentir cómo va cambiando el clima conforme avanza, sentir el aire, la arena, con ese cielo, con esa alegría, con esas estrellas, con la gente; llenándome de energía y pensando que realmente todo es posible en la vida, y en este mundo, que es tan pequeño pero con grandes rincones.

martes, 1 de noviembre de 2011

Diarios de un viaje: Calama



Ciudad tan sin chiste. Me resulta un tanto molesto el hecho de que la ciudad que menos me gustó en todo el gran recorrido fuera la ciudad por la que tuvimos que pasar tres veces. La primera llena de desconcierto y necesidad de un plan para no arruinar un viaje que estaba pobremente planeado y que tenía muchas trazas de terminar en el fracaso, la segunda con un poco de frustración por saber que era un lugar donde no tendríamos mucho qué hacer pero tendríamos que pasar más tiempo del esperado resguardadas en el lugar que nos deparara el destino, y la tercera llena de cansancio y desesperación por regresar pronto a casa a tomar un baño y descansar.En Calama no hay nada, quien no haya ido no se pierde absolutamente de nada, ¡nada! Da lo mismo mirar el pasto crecer que caminar por sus calles, tan aburrida toda, tan sin nada interesante que mirar, salvo el desierto que se extiende más allá de los límites del pueblucho.

Me quejo de Calama, por no tener más que un aeropuerto y un Jumbo, donde efectivamente vimos más cosas y pasamos más tiempo que en todo Calama; pero no me quejo de la gente, que siempre se mostró gustosa de ayudarnos y de brindar información del lugar en que habitaban lleno de nada y tan falto de todo; y que me sorprendió con sus brazos tan abiertos y su disposición para recibir a dos extranjeras (que apenas y se conocían) de dos continentes distintos, e ignorantes de cómo realizar un viaje solas por un país que apenas y conocemos.
El aeropuerto está lejos de la ciudad, así que para ir a ella uno debe pagar un taxi que cobra al menos 5 lukas (unos $140 mexicanos), para encontrarse luego con que no existe una terminal de autobuses, sino que cada compañía tiene su propia terminal, así que preguntar por los distintos horarios de salidas se convierte en un vaivén por calles donde nada interesante es capaz de distraer la vista.
Las noches y las mañanas son tan frías, que se podría uno quedar congelado si no se está abrigado del aire que azota con todas sus fuerzas, como enojado también por ser un lugar tan fome. Y las tardes son calurosas, tan calurosas como puede ser una tarde en el desierto, donde si uno no encuentra una sombra rápido puede terminar deshidratado, por no mencionar las quemaduras en la piel para aquellos que son sensibles a los rayos del sol.
Calama es fome, como un caracol, como un pez estúpido, como el peor de los discursos del peor profesor de la peor materia en un día caluroso. Entre menos tiempo se pase ahí, mejor. Y lo más interesante que se puede hacer es salir de ahí, rumbo a San Pedro de Atacama, Uyuni o Santiago, pero salir de ahí.