Ciudad
caótica. El trayecto para llegar fue casi tan cansado y agobiante como el de
Uyuni, la carretera faltante hacía que el autobús se balanceara y saltara con
cada imperfección del camino, además del frío que hacía. Viajamos de noche,
habrán sido unas 11 horas de trayecto. En algún momento hicimos una parada para
bajar al baño y ‘cenar’ algo. Nosotras por suerte habíamos comprado galletas y
fruta para apaciguar el hambre, pero la entrada al baño sí fue un suplicio, tan
sucio, realmente tan asquerosito.
En La Paz no
pasé más de 6 horas, además se me acabó la pila de la cámara, así que no tengo
registro fotográfico de mi estancia allá. Pero en realidad no es que hubiera
muchas cosas por ver.
La Paz es
caótica, tan caótica como puede ser una ciudad construida entre montañas y con
bajo presupuesto, tanto como puede ser el tránsito por calles que son estrechas
y que pueden ir subiendo y bajando cada cuadra.
Todos los
museos por los que pasamos estaban cerrados, y la entrada a algunas iglesias
nos la cobraban, así que decidimos mejor no entrar y ahorrarnos ese dinero.
Estábamos
cansadas, ansiando un lugar donde dormir, y casi lo hicimos cuando entramos a
la catedral, así que salimos a caminar para distraernos.
Un mercado
caótico y enredado después de un puente que me recordó alguna rampa que alguna
vez habíamos propuesto en algún proyecto ¿porqué los arquitectos no nos
advirtieron lo fea que era? ¡Terrible idea! Me dije.
Nos quedamos
un rato sentadas en una plaza viendo a la gente pasar, preguntándome porqué
cobraban para entrar a las iglesias ¿será que realmente buscan exprimirles el
dinero a los turistas a como dé lugar?
Luego fuimos a
comer, unos pollos al estilo Kentucky, pero que no eran Kentucky resultó ser la
opción más apetecible, higiénica y barata que encontramos, acompañado de unas
papas a la francesa y una salsa que me recordó el sabor a casa y que me acabé.
Regresaría a
La Paz sólo con la intención de entrar a los lugares a los que me quedé con
ganas de entrar, aunque en realidad la considero lo suficientemente caótica
como para recordarme el estrés y la locura del Distrito Federal, y de eso ya
tengo bastante, así que no hace falta ir a otro lugar para vivir eso. Partimos
de La Paz rumbo a Copacabana.