Pueblo increíblemente mágico. Desde que uno se va acercando aparece la magia, después de tanto tiempo de ver alrededor sólo arena y unas cuantas rocas aparecen los árboles y las pequeñas casas, en su gran mayoría de adobe con puertas y ventanas salidas de algún cuento o de una historia de aventuras.
El cielo de San Pedro es el cielo más maravilloso que jamás he visto, pareciera que por el simple hecho de encontrarse en un lugar tan lleno de energía el cielo adquiriera un color más puro, más contrastante, más azul que ningún otro. No importaba la hora, el cielo siempre
fue lo que hacía que cada paisaje tomara mayor sentido, siempre fue el mejor telón,
y muchas veces el actor principal en cada escenario.
Además la sensación de encontrarse lejano a todo el estrés, a la locura, a la malicia del mundo. San Pedro no sólo es un oasis en el desierto, también es un oasis en el mundo, contrastando con la gente indiferente a lo que le sucede a su vecino, con las fronteras que marcan la diferencia de nacionalidades y te impiden comunicarte y compartir. En San Pedro todo eso desaparece, toda la gente del pueblo es amable y unida, sin importar la procedencia. Los distintos idiomas se funden para convertirse sólo en alegría. Jamás me había sentido tan en casa entre tanta gente que apenas conocía, sin embargo era posible sentarse en una mesa en el centro del hostal y compartir las aventuras vividas.
En algún momento me di cuenta de que era la única mexicana entre la gente con la que había estado platicando, y no me importó. Toda la gente resultaba tan agradable a pesar de ser de distintos lugares.
Rara vez había un coche por las calles, las bicicletas en cambio abundaban. Las puertas de cada casa siempre estaban abiertas, sin temor, sin necesidad de preocuparse por llaves o cerraduras.La arena de colores tan distintos y las montañas en la lejanía enmarcaban cada vista, los atardeceres se llenaban de colores tan distintos pasando de los rojos y los naranjas a los morados y azules, en un espectáculo que jamás había visto y que nunca olvidaré.
A pesar del desconcierto con el que llegamos en un primer momento a San Pedro, podría regresar una y mil veces más, sólo a sentarme a ver pasar el día, a sentir cómo va cambiando el clima conforme avanza, sentir el aire, la arena, con ese cielo, con esa alegría, con esas estrellas, con la gente; llenándome de energía y pensando que realmente todo es posible en la vida, y en este mundo, que es tan pequeño pero con grandes rincones.
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